Su nombre en alemán («buceador de tormentas»), suena a una vida aventurera entre el viento y las olas. El término en inglés, „shearwater“, se traduce a „corta-aguas“. Y así es: su vuelo a ras del agua recuerda a un surfista veloz, con la punta de sus alas tocandolo ocasionalmente, alzándose de vez en cuando en un salto al aire para observar con su vista potente el horizonte.
Las pardelas cenicientas (Calonectris diomedea) son una de las especies de aves más especializadas para vivir en el océano:
Son capaces de estar sin tocar la tierra durante días, semanas y años, cubriendo miles de kilómetros. Para ello, utilizan los vientos empujados por las vertientes ascendentes de las olas para deslizarse en un vuelo enormemente eficiente. Pueden desalinizar sus fluidos corporales y así aprovecharse del agua marina; son capaces de sumergirse hasta 15 m de profundidad mientras cazan peces y calamares; ¡y han encontrado la forma de descansar en la superficie del mar e incluso en el mismo vuelo!
Sus reclamos no suenan ni aventureros ni elegantes en absoluto, sino más bien parecen ser fantasmales gritos de dolor después de un contacto involuntario con el acantilado: AUAAUAAUA-EH… (guañaguaña).
Estos sonidos muestran una enorme variedad de frecuencias y matices y llevan a la pardela año tras año de vuelta con su pareja, que a menudo lo es para toda la vida, encontrándose aquí alrededor de marzo o abril para criar juntos desde mayo hasta octubre, un polluelo a la vez. Entonces los padres son atraídos de nuevo al mar, a un viaje a las zonas más potentes de alimentación del Atlántico.
Estamos a mediados de octubre, pronto comenzará de nuevo la fase de sus primeros intentos de vuelo.